Por qué viajamos. Qué nos impulsa a abandonar la comodidad del
hogar y lanzarnos a la aventura de salir a lo desconocido. No hay duda, cada viaje tiene un origen
concreto y distinto, definido en el minuto en que se gesta, pero así como cada
historia es individual, la experiencia del viaje tiene elementos que todo
viajero comparte. Uno de ellos es la presencia del hito, la marca en el recuerdo,
en la historia personal. Los viajes no se olvidan, se quedan con nosotros
siempre, a diferencia del día a día incesante, en que la memoria se pierde y el
tiempo pasa sin que se distinga un día
de otro.
El turista busca detener su historia cotidiana y transformarla en
algo extraordinario, y en ese anhelo, hay exigencias cada vez mayores respecto
de los destinos. No sólo se trata de vivir la comodidad, el relajo, de conocer;
también se trata de armonía y de una relación de cuidado y respecto con el
entorno, ello se traduce en la aspiración de hacer turismo en lugares y
proyectos, que vivan y valoren el medio ambiente y la sustentabilidad.
Pese a este anhelo del viajero, es frecuente que se repitan una y
otra vez las fórmulas turísticas; se rememoran idílicos paisajes, ajenos a la
riqueza natural del destino, se construyen enormes edificios similares a
fortalezas donde se ofrece toda clase de placeres al interior, se cierran o
separan los espacios para evitar que el turista se contamine con la realidad
local, como si el afán del turismo fuera primordialmente la evasión, no
obstante que en alguna medida viajamos para aprender y reconectar: con
nosotros, con lo humano, con la belleza de este planeta, con la riqueza de la
creación humana, con la grandeza de las culturas antiguas, con las culturas
lejanas y exóticas, incluso para experimentar un clima distinto. Viajamos para
re-conocernos en una experiencia nueva y por ello valoramos tanto su
peculiaridad. En ese contexto es donde surge el valor cultural y ambiental del
destino, y donde tiene sentido la idea del turismo sustentable.
Ese turismo que se desarrolla bajo el prisma de la
sustentabilidad, sin duda nos permite un vínculo con el lugar al que visitamos mucho más completo que
el turismo usual, transformando la experiencia en algo singular. En efecto, cuando
el destino opera bajo criterios de sustentabilidad necesariamente el viajero se
contacta con él en un contexto de sensibilidad: a las culturas locales, al
valor ambiental, a las bellezas escénicas, o en general, a sus características
propias, transformando la vivencia hacia lo extraordinario y alcanzando la singularidad
a la que hacíamos referencia.
Por otro lado, y desde la perspectiva de aquellos que habitan los
lugares visitados, el desarrollo de la actividad turística en el contexto de la
sustentabilidad, aporta beneficios concretos, al potenciar desde la
perspectiva económica el ejercicio de las actividades tradicionales de la comunidad,
pero en especial, permite que se refuerce su identidad y se dignifique, por el
nuevo cariz que adquiere la cultura local a partir de la mirada del visitante, que
la identifica y la valora. Así, el turismo desarrollado a partir de la idea de
la sustentabilidad, permite sostener la diversidad de la propia comunidad en
que se desarrolla.
Para generar turismo sustentable, el que verdaderamente potencia
el valor cultural y ambiental de un lugar, transformando la experiencia del viajero,
es necesario que aquellos que desarrollan la actividad conecten con dicho entorno
cultural y ambiental, y lo protejan. Por eso, parte de las actividades propias
de ese turismo deberían tender a la preservación y protección de sus destinos
propios, permitiendo no sólo su conservación, sino también su mayor desarrollo.
En este
contexto, es relevante contar con el apoyo de las autoridades y gobiernos
locales, ya que no hay duda de que potenciar el turismo sustentable, es
potenciar la identidad y la cultura, pero también es fundamental que la propia comunidad en la cual este turismo
se desarrolla, lo protagonice, participando activamente, colaborando en su existencia
y recordando día a día los esfuerzos necesarios para integrar en forma permanente,
el valor y sentido de la conservación.
Finalmente,
tampoco hay sostenibilidad sin un viajero responsable. Su comportamiento debe
ser de bajo impacto, de respeto al entorno y consciente de la responsabilidad
que entraña el recorrer territorios en que eventualmente la relación desarrollo
y degradación pudiere ser problemática, o donde la fragilidad del ecosistema
exige delicadeza en la interacción con él.
La experiencia singular de conectar a plenitud con el destino de
un viaje, y los beneficios que éste añade a la comunidad, hacen en todo caso,
que bien valga el esfuerzo.
Macarena Muñoz V.
Abogado Especialista
Derecho Ambiental y Sustentabilidad
super interesante! GRACIAS
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